Una Pecadora Salva Por La Gracia De Dios

Una Pecadora Salva Por La Gracia De Dios

Una Pecadora Salva Por La Gracia De Dios

por Toni Weisz

 

Cuando era una niña pequeña, me esforzaba por ser perfecta, pensando que sería amada si lo fuera. Eso no funcionó, así que recurrí al alcohol, a los 12 años, las drogas a los 13, el sexo a los 16, y luego tuve mi aborto a los 21 años. Me escondía en mis secretos y me ponía la máscara de perfección, pero por dentro estaba sufriendo de profunda depresión y soledad.

Buscaba el amor y la aceptación en los lugares equivocados. Este profundo vacío me hizo vulnerable al enemigo. Tenía tanta rabia y odio hacia mí misma que traté de lastimarme dando puñetazos y patadas en las paredes y puertas. Estaba fuera de control. Mi depresión empeoró, especialmente después del aborto. Sólo quería terminar con esa vida atormentada.

Pero Dios tenía un plan diferente para mí, un buen plan con un buen futuro. El 6 de febrero 1994, Dios me salvó radicalmente y nací de nuevo a los 34 años. Estoy muy agradecida con Dios por su misericordia cuando estaba perdida en mis pecados, atormentada, quebrantada, deprimida y sola. Pensé que la vida no valía la pena vivirla hasta que Dios me dio una vida abundante en Cristo.

No quiero olvidar nunca de dónde vengo porque me ayuda a amar a Jesús aún más por lo que Él ha hecho por mí. Soy una pecadora salva por la gracia de Dios, y tú también puedes serlo. Si nunca le has pedido a Jesús que perdone tus pecados y sea tu Señor y Salvador, entonces hoy es el día de salvación para ti.

La Biblia dice:

23 por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, (Romanos 3:23)

23 Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 6:23)

9 que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. 10 Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. 11 Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. (Romanos 10:9-11)

13 porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. (Romanos 10:13)

 

8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 9 no por obras, para que nadie se gloríe. (Efesios 2:8-9)

La salvación es un regalo de Dios.

¿Recibirás ese regalo hoy?

Póngase en contacto con nosotros si desea saber más sobre Jesús y lo que significa “nacer de nuevo”.

Puede enviarme un correo electrónico a toni@myashestobeauty.com o puede ir a nuestra página web, www.MyAshesToBeauty.com.

Gracias y que Dios los bendiga.

—Toni Weisz

 

Gracias por el dolor Señor porque sin él no te habría encontrado

Gracias por el dolor Señor porque sin él no te habría encontrado

Gracias por el dolor Señor porque sin él no te habría encontrado.

Jeremías 29:13 “Y me buscarás y me encontrarás, cuando me busques con todo tu corazón.”

El dolor es algo bueno; nos hace conscientes de que hay un problema. Yo creo que Dios nos da la capacidad de sentir dolor para decirnos que algo está mal y necesita nuestra atención.

Yo nunca tuve una voz cuando era más joven; en vez de eso, reprimí todos mis sentimientos desde el momento en el que era una niña muy pequeña hasta los últimos años de la edad de los 20 años y principios de los treinta. Fue durante ese tiempo que mi salud estaba decayendo y estaba experimentando todo tipo de dolor en mis coyunturas y en la espalda baja, fatiga y depresión. Los doctores pensaban que tenía la enfermedad de Lyme, así que comenzaron a darme antibióticos.

Al no mejorar, ellos aumentaron mi dosis al doble, lo cual me provocó un envenenamiento por antibióticos. Por esta dosis alta, mi presión sanguínea bajó y también mi temperatura corporal. Me sentía terrible. Solamente necesitaba un alivio. Yo creo que Dios usó mis problemas de salud para obtener mi atención.

Estaba teniendo una crisis emocional también. Todo lo que me había guardado a lo largo de vida estaba desbordándose y no tenía control de mi enojo y mi ira. Me sentía avergonzada y culpable después de mis crisis por todas las cosas que hacía y decía. Pateaba las ventanas y golpeaba las paredes con el puño. Rechinaba los dientes y gruñía. Daba miedo ver esa escena, especialmente a mis hijos. Estaba fuera de control.

Estaba tan quebrantada y apenas podía sobrellevar el día. Estaba cansada de llevar la máscara y de fingir. Solamente quería ser amada y aceptada por quien yo era.

Por mi miedo al rechazo y al abandono, tenía miedo de quitarme la máscara y de abrirme y ser vulnerable, pero llevar la máscara puesta se volvió cada vez más difícil y cansado.

Ya no fingiría más que mi vida era perfecta cuando en realidad se estaba derrumbando.

En el pasado había usado drogas, alcohol, promiscuidad, cigarros, compras, cualquier cosa para ayudarme a lidiar con el dolor. Yo necesitaba algo o alguien para que se llevara mi dolor porque esas cosas ya no me servían.

 

Me estaba cansando de despertar en el piso del baño después de una noche de bebida y pensaba, “No quiero que mis hijos piensen que esto está bien.” Necesitaba ayuda, desesperadamente.

 

Nunca aprendí a comunicarme correctamente en mi hogar de origen. Como resultado, guardaba y reprimía mis sentimientos de dolor y decepción. Ni siquiera podía pedir lo que necesitaba.

Todo ese dolor de no ser escuchada y no tener una voz fue un gran peso para mí.

Permitieron que otros me manipularan, abusaran de mí y controlaran mi vida. Yo creía que no valía como persona porque si valiera, las personas me hubieran tratado de manera diferente. Yo reconocí que permití esa conducta enfermiza porque no tenía límites y no me amaba ni me respetaba a mí misma.

¿Cómo podía esperar que otros me trataran con amor, bondad y respeto cuando en el fondo yo creía que merecía ser abusada, especialmente después de mi aborto?

Finalmente llegué al final de mí misma y estaba dispuesta a darle a Dios una oportunidad.

Sabía que estaba arruinando mi vida y realmente no tenía nada qué perder. Era justo después de la Navidad de 1993. Estaba pintando el dormitorio de mi hija y escuché un mensaje acerca de Sara y Abraham. El Espíritu Santo comenzó a moverme y me dio la audacia para ir y hablar con mi esposo. Bajé las escaleras y dije “¿A qué hora comienza la iglesia mañana?” Pensé que él se iba a caer del sillón.

“9:30”, contestó.

“Me gustaría ir a la iglesia contigo mañana.”

“Genial; necesitamos salir alrededor de las 9:00.”

“Bien. Estaré lista.”

En ese momento, estábamos asistiendo a dos iglesias por separado los domingos: los niños y yo íbamos a una iglesia y mi esposo a otra. Pero las cosas estaban a punto de cambiar, radicalmente.

¡Ese domingo de enero de 1994, por primera vez, escuché que Jesús murió en la cruz por mis pecados!” Me impresionó. Nunca había escuchado una prédica así.

 

Dentro de 4 semanas, entregué mi vida a Jesús, confesé mis pecados y recibí el don del perdón que Dios da gratuitamente a todos los que claman a Él.

El 6 de febrero de 1994 nací de nuevo.

Fue el día más dulce y más hermoso de mi vida.

Finalmente, encontré a alguien que podía llevarse mi dolor, mi vergüenza, mi culpa y mi pecado. Qué hermoso Salvador.

 

Blessings,

Toni

Mi máscara de perfección (Toni Weisz)

Mi máscara de perfección (Toni Weisz)

Mi máscara de perfección

por toni Weisz

Desde que era pequeña, no usé mi voz y me escondí en el fondo para pasar desapercibida. Como resultado, me convertí en lo que la gente quería que fuera. Me etiquetaron, “la buena, la callada.” Tenía miedo a ser rechazada, así que me dediqué a complacer a los demás. Creí la mentira de que, si era perfecta, me amarían. Ahí fue cuando empecé a llevar puesta la máscara.

Mi necesidad de amor y aceptación causó que escondiera partes de mí misma. Solamente mostraba los lados buenos para que la gente me amara. Entonces, cuando tenía 12 años, empecé a tomar a hurtadillas el whiskey del gabinete de licor de mis padres. Ahora, realmente me estaba escondiendo. No quería que mis padres se enteraran. Ellos eran muy estrictos conmigo por ser la mayor y no quería que se enojaran conmigo o se decepcionaran de mí.

Conforme crecía, mis pecados eran más y más graves y mis secretos se volvían más y más grandes, así que me aislé aún más y escondí todo. Mi máscara se transformó conforme crecía. De niña aspiraba a la perfección. Era una estudiante buena, una atleta buena y una niña buena en general. Cuando no estaba trabajando, sacaba provecho de un estilo de vida de alcohol, drogas y sexo. Cuando estaba en casa, seguía siendo la buena, pero en la preparatoria estaba juntándome con los que fumaban y se drogaban.

En ese momento, el complacer a la gente regía mi vida. A lo único a lo que aspiraba era a los elogios de los demás y a tener un lugar en el cual encajara y me sintiera segura pero no lo encontraría por mucho tiempo. Honestamente, perdí mi propia identidad porque quería encajar con los demás. Ya no sabía lo que me gustaba o lo que quería hacer porque me convertí en un camaleón y cambiaba dependiendo del grupo con el que estaba. Había perdido mi propia identidad aspirando a complacer a los demás.

Sentía que no me amaban y que estaba perdida. La bebida y el uso de drogas estaba fuera de control. Era una bomba a punto de estallar. Me odiaba a mí misma y me sentía tan deprimida. Batallaba para mantener todo en orden. Cuando supe que estaba embarazada, como una estudiante universitaria de 21 años de edad, entré en pánico. Este embarazo no encajaba en la narrativa que estaba dejando que mis padres vieran. No era la buena y la callada. Estaba haciendo cosas muy impías, pecaminosas y destructivas y ahora iba a terminar con la vida de mi bebé.

¿Cómo terminé aquí? Toda mi vida era una mentira. Tendría un aborto y actuaría como si todo estuviera bien. Pero no todo estaba bien. Después de este evento traumático, estaba más deprimida que antes, lloraba todo el tiempo y bebía más. El odio hacia mí misma y los pensamientos suicidas estaban ahora atormentándome continuamente. Solamente quería morir para que ese tormento terminara. Era demasiado difícil mantener esta fachada. Lentamente mi máscara se agrietaba y tenía tanto miedo a quedar al descubierto. Todos mis pecados y mentiras se desbordarían. Tenía miedo.

A principios de mis treinta años tuve un colapso físico y emocional. No podía funcionar de manera normal para nada. Me acostaba en el sillón por semanas enteras. Todos los años de bloqueo y mentiras y todo el dolor al que me había aferrado toda mi vida comenzaba a desbordarse. Era como un volcán andante, derramando cenizas incandescentes en quien se Translated by: Monica Medina metiera en mi camino. Estaba extremadamente sensible. Sentía que no podía ver a nadie a los ojos porque si lo hacía no podría dejar de llorar.

Lentamente comencé a reconocer que necesitaba ayuda. Necesitaba a alguien que me amara, me acepta y me sanara. Necesitaba un Salvador. Entonces, el 2 de enero de 1994, escuché el evangelio por primera vez. En cuatro semanas le di mi corazón a Jesús, confesé mis pecados, me alejé de mis caminos antiguos y me volví a Dios. Estoy por llegar al XXVI aniversario de mi salvación y es el día más dulce de mi vida. Es el día que finalmente entregué mi vida a Dios y le permití que sanara mi cuerpo quebrantado, mi corazón quebrantado y mi quebrantada mente. Él me transformó en la mujer que Él creó: una mujer amorosa, segura y llena de gozo y paz. He sido adoptada en la familia de Dios; soy aceptada y finalmente amada. Me siento segura de ser yo. Puedo quitarme la máscara ahora porque finalmente estoy en casa.

¿Traes puesta una máscara?

¿Qué aspecto tiene tu máscara?

¿Tienes el valor de quitarle la máscara y ser auténtica?

Oro para que Dios te sane, que te llenes de Su amor y que tengas el valor de quitarte tu máscara.

Bendiciones,

Toni

 

 

 

La historia de mi aborto

La historia de mi aborto

La historia de mi aborto

Por Toni Weisz

 

Estaba conmocionada y escéptica cuando fui a una clínica para mujeres cerca de la universidad a la que asistía en Ohio. Se me había atrasado mi periodo pero nunca esperaba escuchar las palabras, “Estás embarazada.” No sabía qué hacer primero: gritar, llorar, o escapar. Sin embargo, sí sabía que no podía decírselo a mis padres. Yo era “la callada” de la familia. Si les decía que estaba embarazada, la máscara que yo había creado y había llevado puesta por los últimos nueve años se caería y se destruiría. El Señor sabe que mantuve puesta la máscara hasta los 50 años pero esa es una historia para otra ocasión.

Era Acción de Gracias, 1980. Como la mayoría de los estudiantes universitarios, fui a casa a visitar a mi familia para las fiestas. Estar en casa en Acción de Gracias era siempre muy ocupado. Mi hermano era una de las estrellas del equipo de fútbol de la preparatoria local, así que por supuesto que asistimos al gran juego. A todos nos encantaba ver jugar a mi hermano.

Mientras que algunos de nosotros estábamos reunidos en la cocina ese día de Acción de Gracias, mi mamá preguntó, “¿Adivina quién está embarazada?” Sostuve la respiración por unos cuantos segundos, el corazón acelerado. No tenía idea de cómo podía haberse enterado. De nueva cuenta, yo creía que mi mamá tenía ojos detrás de la cabeza; era sorprendente de cuánto se podía enterar. Todavía sosteniendo la respiración, continuó la conversación. Mamá respondió a la pregunta que había hecho y dijo, “Tu tía Kathy.” La tía Kathy estaba parada en la cocina con nosotros durante el anuncio de mamá, así que la besé en la mejilla y la felicité. Estuvo cerca, demasiado cerca. Necesitaba hacer algo con respecto a mi embarazo, y lo haría cuando volviera a la escuela.

La noche antes de mi aborto planeado, bebí y usé drogas fuertes. Para la hora de mi cita tenía una resaca terrible. Conforme manejaba yo sola a la clínica pensaba, “Esto es una locura. ¿Qué estoy pensando? Debí haberle pedido a alguien que me trajera.” Claramente, en ese momento, no estaba pensando mucho.

Cuando llegué a la clínica, que era de muy alto nivel, me preguntaron si había comido algo. “Sí”, respondí. La mujer que estaba detrás del mostrador dijo, “No puedes recibir este procedimiento hoy porque comiste algo.” Yo estaba tan desanimada. Le pregunté a la mujer si estaba segura. Ella respondió de la misma forma y agregó que, debido a las políticas de la clínica, no se me permitiría tener mi aborto ese día. No podía creerlo. Fue a principios de diciembre, entrado mi segundo trimestre.

Conduciendo de regreso a casa, la ciudad estaba desierta. Eran las 7:30 a. m. un sábado, así que no había nadie en la carretera. Me sentí tan sola y ahora desesperada. Verdaderamente había estropeado las cosas esta vez. No podía tener este bebé.

Para empezar, creía que mi hijo tendría deformaciones graves por las fuertes drogas, el alcohol y el tabaquismo que estaba consumiendo. Además de eso, no podía dejar que mis padres supieran que estaba embarazada fuera del matrimonio. En cuanto al padre de mi bebé, bueno, él no tuvo mucho que opinar acerca de la situación. Básicamente, dejó que yo tomara la decisión por mi propia cuenta.

Decidí hacer otra cita, esta vez en una clínica en el centro de la ciudad. Probablemente puedes adivinar que no era tan linda como la clínica anterior, pero esta vez estaba preparada y no comí nada antes del procedimiento. La fecha era el 10 de diciembre de 1980. Fue un día muy triste en mi vida, uno que siempre recordaré.

Hasta entonces, mi pasado estaba cubierto con escombros de relaciones enfermizas y de complacer a la gente. Por años sufrí en silencio, sintiendo que nadie me amaba, rechazada, e indigna de amor por esa razón. Como si eso no fuera suficiente, estaba a punto de arrojarme de cabeza y lanzarme en una desesperación profunda, oscura. La depresión, la soledad, los pensamientos suicidas y los ataques de llanto incontrolable se convirtieron en mi vida.

Si hubiera podido frenarme de tomar esa decisión a los 21 años, lo hubiera hecho sin pensarlo. Fue una de las peores decisiones que he tomado. Como resultado de esta herida del aborto, continúo tomando malas decisiones intentando encubrir mis pecados.

Entretanto, Jesús me miraba, llorando por mí. Él sabía el camino destructivo por el que yo continuaría por muchos años y Su corazón se quebró junto con el mío el día que yo aborté a mi precioso, bebito.

Ahora tengo 59 años. Me volví una creyente nacida de nuevo en Jesucristo a los 34 años de edad. Comencé el viaje de recuperación de mi aborto el 11 de septiembre de 2006.

He dedicado mi vida, mis recursos, mi tiempo y mi energía a la recuperación y sanación tras el aborto, para mí misma y para otras mujeres.

¡Esta es mi historia y Dios la ha usado para mi bien y para Su gloria! Estoy tan agradecida por la misericordia de Jesús en mí, Su perdón de mis pecados y por limpiarme de toda mi maldad. ¡Soy una nueva creatura en Cristo; lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo! (2 Corintios, 5:17)

Tengo una vida nueva, un propósito nuevo y una nueva canción todo por Jesús, mi precioso Salvador.

Estás en un lugar seguro, Querida. Mi equipo y yo estamos listas para caminar contigo en este camino de sanación.

Bendiciones,

Toni